LA MEMORIA...



…Y había un motivo muy fuerte por el cual mis padres me enseñaron a nunca recurrir a un policía… “¡no los mires a los ojos!” “¡pasá rápido!”, era una orden directa y con esa voz firme que eriza los tuétanos.




   Recuerdo… que corríamos muy fuerte para que Don Carlos no nos reconozca cuando le robábamos las cañas mientras Doña María, su esposa, alimentaba a los conejos… Las tardes de poli-ladrón, los veranos con fiesta de disfraces para el cumpleaños de Silvio el vecino de al lado… todos pertenecíamos a la barra de Constitución para este lado… el diferente, casi el enemigo eran los pibes del otro lado de la avenida a los que ni siquiera vimos la cara nunca pero teníamos la certeza que existían. Cuando crecí me di cuenta de las diferencias… Doña María era mulata, Silvio no era un rey eternamente feliz que trasladaban a su antojo: tenía una enfermedad psicomotriz que lo inmovilizaba y por eso sólo reía…

   …Y había un motivo muy fuerte por el cual mis padres me enseñaron a nunca recurrir a un policía… “¡no los mires a los ojos!” “¡pasá rápido!”, era una orden directa y con esa voz firme que eriza los tuétanos.

   Pasaron muchos años para que mis padás se atrevieran a decirme el por qué de las cosas… aún hay lugares de esa historia que no conozco. Tampoco indago demasiado. El silencio es parte de una extraña complicidad familiar. Esas cosas dolorosas que se comparten con la mirada; que lo dice todo.

   Por qué Elisa y Mariano compartieron parte de la niñez como hermanos nuestros. Por qué mis padres estaban tan nerviosos por esos años. Son afirmaciones, ya no preguntas. Y las inocencias que perduraron en mis propios padres, que aún en los años de bota eligieron el trabajo solidario, en la Iglesia como laicos misioneros, la construcción de una comunidad de base en el mismo barrio… contradicciones… donde la fe le gana al temor, fortalece y da frutos.

   Todo está guardado en la memoria… canta León Gieco… la memoria con sus flores y espinas. Las construcciones humanas de realidades que conviven y sobreviven incluso en medio del caos. Mientras yo trepo los árboles para conquistar territorios con los chicos del barrio, torturan y asesinan a mi tía Marta junto a miles de argentinos. Mi madre calienta mate cocido para esos chicos de la misión que se acercan al campamento "tan apurados" que olvidan sus zapatillas, mi papá les da las mías “tenés dos pies para qué querés más”. Y me parece justo.

   Ahora todo junto, el cuadro es una ficción. Recuerdo algunas cosas… cuántas quedarán escondidas en esas partes raras de la memoria que algunos deciden escudriñar con la ayuda de un diván. Por mi parte elijo prender la pava y divagarlas entre rizas y sollozos con amigos. Llegará el tiempo de compartirla con los hijos. Esas rosas memorables que se empeñan en crecer a pesar de todo en los lugares más insólitos.

Comentarios

  1. Que cuestión no? como los padres pueden por temores propios marcar la vida de sus hijos. Seguramente en algún rincon de esa "memoria", que siempre lo guarda todo, estará marcado a fuego ese temor, Tal vez interfiriendo en el presente.

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